Por Vicent Albaro.
Desde que en la ficción de los dibujos animados Disney, un cazador matara a la cierva madre del tierno Bamby, este colectivo no se ha visto en hora buena. En otros tiempos el cazador mataba al lobo de otro cuento, -el de caperucita- salvando a la abuelita del lupus canis, y claro, entonces era bueno. Pero de eso ya no se acuerda casi nadie, hoy en día lo que mola es, darle caña al cazador por norma y en cualquiera que sea la modalidad practicada. Para esta sociedad ñoña, el cazador es un depredador insensible, bárbaro y digno del mayor rechazo. Si me lee algún cazador, sabrá que no exagero lo más mínimo. Y me explico.
El nexo de unión entre el hombre y la naturaleza de muchos siglos se ha roto por completo. La sociedad por lo general, vive de espaldas a esa naturaleza que cree adorar y pretende conservar, pero que en el fondo desprecia. Está enamorada bucólicamente de una postal idílica de montañas, nubes, cielos, árboles y paisajes, de ríos de deshielo y fauna filmada a alta velocidad, todo desde un cómodo sofá, en una no menos confortable estancia y ante una pantalla en color. Desde su apartamento capitalino, pretende recrear todo ese imaginario en cortos fines de semana, y acaparar sensaciones preconcebidas con su mentalidad urbanita. Me viene aquella frase de la famosa actriz de Hollywood: “Se acuestan con Rita (Hayword) y se levantan con Margarita”. Van buscando una naturaleza que en verdad no existe más que en su imaginación. Y allí no tienen cabida molestos insectos, inclemencias atmosféricas, ni los mil y un incidentes peligrosos, que en un terreno intrincado y hostil te pueden acontecer.
Todo porque el hombre que vivía integrado en el mundo natural, que ejercía sobre ella un dominio equilibrado y la responsabilidad de sacarle fruto, sin esquilmarla, siendo consciente de guardarla y cultivarla, ese hombre si en verdad existe, o vive en los pueblos y/o es cazador, y de lo que estoy seguro, es que no habita en una gran ciudad. Y además no frecuenta las redes sociales, no construye muros en el ordenador, sino paredes de piedra seca y controla un espacio agrario doméstico, que parece invisible. Si no, díganme el precio ruinoso del aceite de oliva virgen, la almendra, la avellana, la algarroba o cualquier fruto de interior, comparado con el gin tónic, el cubata y demás brebajes diabólicos de la multinacional. Existe una ideología que ha expoliado de las manos del hombre, la posibilidad de ejercer su dominio ancestral sobre la naturaleza. Esa ideología totalitaria se llama: “Ecologismo”.
Esta creciente ideología que ha impregnado a toda la sociedad, no conoce de colores políticos aunque pulula más a gusto entre los llamados progresistas , y se basa en un culto maniático a la naturaleza embotellada. Es tan falsa como la hipócrita oposición a antenas de telefonía, sin renunciar al móvil. A energías repudiadas y basureros, pero sin renunciar al consumo desaforado y patológico de un bienestar y comodidad irrenunciables. Lo chocante es que estos visionarios de la naturaleza en secuencias, pretenden hacernos comulgar a todos con sus iluminadas teorías.
Su obsesión interesada hacia la naturaleza en supuesto peligro, les hace ver enemigos por doquier: agricultores, leñadores, pastores, cazadores, pescadores, etc…los colectivos humanos que siempre la han utilizado en su provecho desde la prehistoria. La argumentación generalizada de que todos estos usuarios del monte son presuntos delincuentes, obedece a la visión desenfocada del orden natural, y que sólo ellos, con sus licenciaturas en biología, observaciones científicas, prácticas de campo, campañas de promoción, cargo funcionarial de guardería, o ideólogos puros y duros del ecologismo, están capacitados para transitar, ordenar, manejar y controlar “su” naturaleza. La quieren en exclusiva propiedad, mientras los otros de siempre, están siendo expulsados, convertidos en parias, de su propio entorno. Para este grupo tan bien organizado como remunerado, quien no se avenga a sus postulados son extraños indeseables y sospechosos de todos los desmanes, extinciones, expoliaciones y demás plagas reales o imaginarias. Los ecologistas y satélites orbitales, se han convertido en señoritos latifundistas sin tener un palmo de tierra. En aristócratas feudales con rentas gubernamentales a modo de subvención, sin escritura alguna. En delatores y justicieros implacables de cualquiera que pase por allí, y no se ciña al perfil tolerado, esto es, con chupa polar de colorines y botas gore-tex. Por el contrario, si se retrata con hábito de paisano lugareño, malo. Ya le ven como un alimañero en potencia.
Por todo esto y más, de entre los colectivos que se mueven por el campo, los cazadores son los más repudiados. En su distorsionada ecológica visión de las cosas, el cazador les roba sus animales, sus derechos a ver volar o correr tal o cual especie. La recreación de una secuencia de televisión pero en vivo, cosa harto improbable. Unos bárbaros que se ensucian las manos de la sangre de inocentes bichos. Matarifes sin escrúpulos y que disparan a todo lo que se mueve sin piedad. Y así, una retahíla interminable de improperios. Si hablamos de los aficionados al “parany” valenciano del zorzal, ya ni te cuento. Estos tienen el estigma de haber exterminado los dinosaurios del jurásico por lo menos. Unos terribles y abominables seres sin sentimientos que devoran pajaritos amillones, vamos lo peor de lo peor. Los querrían ver a todos en la cárcel.
Al final y concluyo, existe una gran diferencia entre el respeto a lo natural en sano equilibrio, y la artificiosa teoría ideológica impuesta como religión dogmática y casi enfermiza. Los ecologistas están en misión para reconvertirnos a su dogma redentor. Y me da que eso será imposible mientras estos misioneros no entiendan que el campo es de todos, y todos tienen derecho a su uso racional. Que la gente de campo tiene sus pequeñas distracciones, que no hay que prohibir sino encauzar. En ellas hay guardado el poso de siglos de cultura y habilidad humana, en este instante en serio peligro de perderse para siempre.
Negar esa riqueza etnológica, incluso provocar su desaparición, me parece brutal, inculto e inhumano. Por más teorías conservacionistas, leyes, decretos, sentencias, recursos y legajos ininteligibles que se esgriman justificando dicha abolición. Se trata de imponer por todos los medios la nueva religión ecologista. Inyectada en vena en el temario a los futuros agentes rurales. Que gana adeptos a diario entre ignorantes y desinformados urbanitas, cuya única ventana a la naturaleza son los reportajes consigna, cocinados por los gurús de esta iglesia pagana que idolatra a una deidad nueva: La Diosa Naturaleza. Y quien no acepte estos mandamientos, está condenado a la hoguera, no crean que exagero pues en esas estamos y si no, al tiempo.
Desde que en la ficción de los dibujos animados Disney, un cazador matara a la cierva madre del tierno Bamby, este colectivo no se ha visto en hora buena. En otros tiempos el cazador mataba al lobo de otro cuento, -el de caperucita- salvando a la abuelita del lupus canis, y claro, entonces era bueno. Pero de eso ya no se acuerda casi nadie, hoy en día lo que mola es, darle caña al cazador por norma y en cualquiera que sea la modalidad practicada. Para esta sociedad ñoña, el cazador es un depredador insensible, bárbaro y digno del mayor rechazo. Si me lee algún cazador, sabrá que no exagero lo más mínimo. Y me explico.
El nexo de unión entre el hombre y la naturaleza de muchos siglos se ha roto por completo. La sociedad por lo general, vive de espaldas a esa naturaleza que cree adorar y pretende conservar, pero que en el fondo desprecia. Está enamorada bucólicamente de una postal idílica de montañas, nubes, cielos, árboles y paisajes, de ríos de deshielo y fauna filmada a alta velocidad, todo desde un cómodo sofá, en una no menos confortable estancia y ante una pantalla en color. Desde su apartamento capitalino, pretende recrear todo ese imaginario en cortos fines de semana, y acaparar sensaciones preconcebidas con su mentalidad urbanita. Me viene aquella frase de la famosa actriz de Hollywood: “Se acuestan con Rita (Hayword) y se levantan con Margarita”. Van buscando una naturaleza que en verdad no existe más que en su imaginación. Y allí no tienen cabida molestos insectos, inclemencias atmosféricas, ni los mil y un incidentes peligrosos, que en un terreno intrincado y hostil te pueden acontecer.
Todo porque el hombre que vivía integrado en el mundo natural, que ejercía sobre ella un dominio equilibrado y la responsabilidad de sacarle fruto, sin esquilmarla, siendo consciente de guardarla y cultivarla, ese hombre si en verdad existe, o vive en los pueblos y/o es cazador, y de lo que estoy seguro, es que no habita en una gran ciudad. Y además no frecuenta las redes sociales, no construye muros en el ordenador, sino paredes de piedra seca y controla un espacio agrario doméstico, que parece invisible. Si no, díganme el precio ruinoso del aceite de oliva virgen, la almendra, la avellana, la algarroba o cualquier fruto de interior, comparado con el gin tónic, el cubata y demás brebajes diabólicos de la multinacional. Existe una ideología que ha expoliado de las manos del hombre, la posibilidad de ejercer su dominio ancestral sobre la naturaleza. Esa ideología totalitaria se llama: “Ecologismo”.
Esta creciente ideología que ha impregnado a toda la sociedad, no conoce de colores políticos aunque pulula más a gusto entre los llamados progresistas , y se basa en un culto maniático a la naturaleza embotellada. Es tan falsa como la hipócrita oposición a antenas de telefonía, sin renunciar al móvil. A energías repudiadas y basureros, pero sin renunciar al consumo desaforado y patológico de un bienestar y comodidad irrenunciables. Lo chocante es que estos visionarios de la naturaleza en secuencias, pretenden hacernos comulgar a todos con sus iluminadas teorías.
Su obsesión interesada hacia la naturaleza en supuesto peligro, les hace ver enemigos por doquier: agricultores, leñadores, pastores, cazadores, pescadores, etc…los colectivos humanos que siempre la han utilizado en su provecho desde la prehistoria. La argumentación generalizada de que todos estos usuarios del monte son presuntos delincuentes, obedece a la visión desenfocada del orden natural, y que sólo ellos, con sus licenciaturas en biología, observaciones científicas, prácticas de campo, campañas de promoción, cargo funcionarial de guardería, o ideólogos puros y duros del ecologismo, están capacitados para transitar, ordenar, manejar y controlar “su” naturaleza. La quieren en exclusiva propiedad, mientras los otros de siempre, están siendo expulsados, convertidos en parias, de su propio entorno. Para este grupo tan bien organizado como remunerado, quien no se avenga a sus postulados son extraños indeseables y sospechosos de todos los desmanes, extinciones, expoliaciones y demás plagas reales o imaginarias. Los ecologistas y satélites orbitales, se han convertido en señoritos latifundistas sin tener un palmo de tierra. En aristócratas feudales con rentas gubernamentales a modo de subvención, sin escritura alguna. En delatores y justicieros implacables de cualquiera que pase por allí, y no se ciña al perfil tolerado, esto es, con chupa polar de colorines y botas gore-tex. Por el contrario, si se retrata con hábito de paisano lugareño, malo. Ya le ven como un alimañero en potencia.
Por todo esto y más, de entre los colectivos que se mueven por el campo, los cazadores son los más repudiados. En su distorsionada ecológica visión de las cosas, el cazador les roba sus animales, sus derechos a ver volar o correr tal o cual especie. La recreación de una secuencia de televisión pero en vivo, cosa harto improbable. Unos bárbaros que se ensucian las manos de la sangre de inocentes bichos. Matarifes sin escrúpulos y que disparan a todo lo que se mueve sin piedad. Y así, una retahíla interminable de improperios. Si hablamos de los aficionados al “parany” valenciano del zorzal, ya ni te cuento. Estos tienen el estigma de haber exterminado los dinosaurios del jurásico por lo menos. Unos terribles y abominables seres sin sentimientos que devoran pajaritos amillones, vamos lo peor de lo peor. Los querrían ver a todos en la cárcel.
Al final y concluyo, existe una gran diferencia entre el respeto a lo natural en sano equilibrio, y la artificiosa teoría ideológica impuesta como religión dogmática y casi enfermiza. Los ecologistas están en misión para reconvertirnos a su dogma redentor. Y me da que eso será imposible mientras estos misioneros no entiendan que el campo es de todos, y todos tienen derecho a su uso racional. Que la gente de campo tiene sus pequeñas distracciones, que no hay que prohibir sino encauzar. En ellas hay guardado el poso de siglos de cultura y habilidad humana, en este instante en serio peligro de perderse para siempre.
Negar esa riqueza etnológica, incluso provocar su desaparición, me parece brutal, inculto e inhumano. Por más teorías conservacionistas, leyes, decretos, sentencias, recursos y legajos ininteligibles que se esgriman justificando dicha abolición. Se trata de imponer por todos los medios la nueva religión ecologista. Inyectada en vena en el temario a los futuros agentes rurales. Que gana adeptos a diario entre ignorantes y desinformados urbanitas, cuya única ventana a la naturaleza son los reportajes consigna, cocinados por los gurús de esta iglesia pagana que idolatra a una deidad nueva: La Diosa Naturaleza. Y quien no acepte estos mandamientos, está condenado a la hoguera, no crean que exagero pues en esas estamos y si no, al tiempo.